De forma
discreta observaba sus movimientos e intentaba determinar el momento más
oportuno para acercarme hacia el Cardenal Francisco Errázuriz, Arzobispo de
Santiago, Chile, y solicitarle una entrevista. Pero de pronto, como si el
purpurado hubiese leído mis intenciones, se levanta de su butaca y decide
sentarse junto a mí, en la fila de atrás. Así empezó este viaje que lo
guardaré por siempre en mi memoria.
Fue solo casualidad. Mientras
me ubicaba en la butaca del avión para iniciar el vuelo de regreso a Quito pude
advertir que al frente mío, separado por el pasillo, estaba ya ubicado el
Cardenal chileno. Me acerqué para saludarlo. Extendí mi mano y el
Cardenal sin reservas correspondió mi saludo y con una sonrisa espontánea me
preguntó ¿y dónde nos conocimos? – En Aparecida, Brasil, durante la Conferencia
del Episcopado, hace un año ya, le comenté. Ahhh, qué bien, me
respondió. Y en ese momento empezó nuestro diálogo que casi al instante
se vio interrumpido cuando la azafata me pide de favor que me traslade a una
butaca ubicada en la fila de atrás en donde estaba ubicado el señor Cardenal
Errázuriz, para ceder la que me correspondía a una señora que se sintió
incómoda en el sitio a ella asignado.
Aunque
aceptar el pedido me significaba renunciar a esa ubicación privilegiada
que me habría permitido continuar sin contratiempos el diálogo con
Monseñor Errázuriz, acepté trasladarme, en un gesto de cordialidad. Casi
inmediatamente a través de las bocinas del avión se escuchó la voz del
auxiliar de vuelo que anunciaba que todos debíamos ocupar nuestras
butacas y colocarnos los respectivos cinturones de seguridad, y de
pronto el ruido de las turbinas del avión nos decía que el vuelo había
iniciado.
A
partir de entonces observaba con atención al Cardenal que estuvo al
frente de la organización de la V Conferencia del Episcopado
Latinoamericano y El Caribe, que se cumplió del 13 al 31 de mayo de
2007, en Aparecida, Brasil. No quise interrumpir su lectura atenta de la revista de a bordo de la aerolínea en la que coincidimos. Y
cuando me percaté que terminó de leer intenté acercarme, pero de
inmediato se dispuso a llenar el formulario de migración y aduana.
Aunque
estuve a punto de resignar la oportunidad de hablar con el señor
Cardenal, esperé pacientemente hallar el momento indicado. Sin
embargo, cuando menos lo esperaba, el purpurado chileno, como si
hubiera adivinado mi pensamiento, se levanta de su butaca y ocupa una
vacía en la fila de atrás, y comienza a entrevistarme. ¿Y
usted en donde vive?, me preguntó, y cuando le dije que vivía en Quito
me describió las características de la gente de la región andina, como
más reservados y menos locuaces y festivos que la gente de Guayaquil.
Me
comentó sobre la inmensa riqueza del arte religioso quiteño y de su
deseo por comprar alguna pintura y artesanías religiosas, y antes de que
yo le recomendara algún sitio me dijo que quería viajar a San Antonio
de Ibarra, y por cierto también dijo que le llamaba la atención la
Capilla del Hombre, del universal Oswaldo Guayasamín. El Cardenal estaba muy bien informado. De todas maneras le comenté también sobre la posibilidad de encontrar buenas pinturas en Quito.
Me consultó la razón por la que estuve en Aparecida. ¿Fue representante de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana?, me preguntó. No, le dije. Fui
a realizar la cobertura informativa de la V Conferencia integrando el
equipo periodístico de OCLACC y ALER, en un servicio conjunto para los
portales de OCLACC y Radioevangelización, así como para más de 200
radioemisoras que recibían la señal de ALER. De
inmediato me pregunta si yo pertenecía a alguna asociación de
comunicadores católicos, y le explico la naturaleza de OCLACC como una
organización reconocida por el CELAM y el Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, y sobre el trabajo que realizamos.
Pero el Cardenal insiste si en Ecuador los comunicadores están organizados. Sí, le contesto, y le cuento que precisamente el pasado 23 de mayo nuestra Asociación cumplió 5 años de vida. El Cardenal Errázuriz deseaba conocer algo más. ¿Es usted el presidente de los comunicadores católicos ecuatorianos? No –le respondí y le expliqué que integraba el directorio como vocal. Ahhh, entonces vino al Encuentro de Comunicadores convocado por el CELAM, agregó. Sí, le contesté y le comenté lo positiva que resultó la cita de los comunicadores católicos del continente.
Era toda una entrevista que hacía el Cardenal al periodista, por lo que mi intención de entrevistarlo tuvo que esperar a que concluyera sus inquietudes. ¿Qué hacen los comunicadores católicos de Ecuador?, continuó. Nos
esforzamos por realizar jornadas de capacitación, entregar premios a
los comunicadores y recientemente realizamos un taller de espiritualidad
para periodistas, le dije. Y de inmediato me pregunta que quien dirigió
el taller de espiritualidad. Le comenté que la jornada
fue dirigida por Monseñor José Mario Ruiz Navas, arzobispo emérito de
Portoviejo, a quien dijo conocerlo. “Qué bien, qué bien”,
agregó al comentar que en su país, Chile, hacía falta una mejor
organización de los comunicadores católicos. Y luego de estas inquietudes sobre Ecuador comenzó a hablar sobre lo que a mí me interesaba. La V Conferencia de Obispos latinoamericanos y El Caribe, de cuyo acontecimiento se celebraba el primer aniversario.
Esa entrada suya me dio pie para pedirle que ahora respondiera mis inquietudes. Con una leve sonrisa me responde que “con gusto”, y empiezo mi entrevista.
Fue
un viaje inolvidable, porque luego de la entrevista formal, al bajarnos
ya del avión, en Quito, el Cardenal me demuestra con hechos que la
tarea del pastor es acompañar a su comunidad y estar pendiente de ella.
La
fila para registrar la información migratoria y aduanera era larga, y
el Cardenal comenta que “como persona de la tercera edad debería tener
una atención preferencial…”. Pero por supuesto, le digo, e
intento acompañarlo adelante para que sea atendido; más el Cardenal me
dice que no me preocupara, que prefiere ir mezclado entre la gente
común, sintiendo y viviendo lo que la comunidad vive.
Ahí sentí que el Pastor evangelizaba con la vida, en sus actuaciones cotidianas. Que todos los obispos fueran como usted, aventuré a decirle. Y
con la sencillez que le caracteriza me comenta que a él le consta que
no todos sus hermanos de episcopado y sacerdotes viven la simplicidad
que la misión de estar junto al pueblo. Un Obispo me
invitó en cierta ocasión a su residencia curial y a su oficina y al ver
la amplitud de los espacios le comenté –dice- “en este espacio cabría
toda mi casa” a lo que el Obispo le habría respondido que eso era “por
vivir como la clase media”.
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