lunes, 21 de julio de 2008

Comunicación para un sueño más humano


José Nelson Mármol*

“Se afirma que las personas y los grupos sociales luchan por sus sueños.  Si esos sueños son perversos o inhumanos, sus luchas y prácticas cotidianas serán también deshumanizantes. Si se quiere cambiar las prácticas de las personas, es necesario cambiar sus sueños.  Es preciso presentar un sueño más humano, alternativo al sueño del consumo infinito”[1] 
Releyendo un pequeño libro del teólogo surcoreano-brasileño Jung Mo Sung, titulado “¿Si Dios existe porqué hay pobreza?, la fe de los cristianos y los excluidos”, me encontré con esta cita y con esta proposición: “La Iglesia necesita ser testimonio de un sueño diferente…, un sueño de una sociedad en la que la calidad de vida no sea confundida con cantidad de consumo.  En que las personas no necesiten ser violentas para garantizar la sobrevivencia ni sean juzgadas por sus apariencias o preferencias.  Una sociedad más igualitaria, sin tanto lujo contrastando con la miseria, sin tanta ansiedad o miedo.  Un mundo en el que la solidaridad vuelva a ser un valor importante, talvez el central”.  La demanda responde a la realidad latinoamericana de hace 10 o 12 años, pero que en la actualidad sigue latente. 

¿Será posible que ahora que "Vivimos en medio de los dolores de parto de una nueva época" (como dice el Documento de Participación para la Conferencia de Aparecida, n. 94), por los desafíos que nos presentan los cambios y la realidad caracterizada por peores condiciones de vida de las mayorías de nuestro pueblo, nuestra Iglesia nos da testimonio de un sueño diferente? ¿Será que en la nueva misión de la Iglesia que se anuncia iniciará al término de la próxima Conferencia del Episcopado las y los comunicadores logramos cambiar el sueño de desesperanza de nuestro pueblo con un sueño más humano? No me es posible adelantar las respuestas, sobre todo cuando como cristiano y comunicador, que he laborado por algunos años en un medio radial católico, he podido constatar que nuestra Iglesia no ha sido en nuestros tiempos testimonio del compromiso asumido en Medellín y Puebla, con la “Opción Preferencial por los Pobres”. 
La falta de profetismo, esa palabra valiente para denunciar las injusticias, nos hace extrañar a un Leonidas Proaño, el Obispo de los Indios, en Ecuador, o al mártir de América, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, y tantos otros sacerdotes y religiosos y religiosas, y laicos que sin temores anunciaron la Palabra de Liberación, paz y justicia en nuestros pueblos. 
Me parece necesaria esta relación para de inmediato intentar esbozar algunas ideas en torno al tema que se me ha planteado conversar en esta jornada, sobre ¿Cómo aportar HOY desde la comunicación a la construcción de la comunión en la Iglesia y en la sociedad?  Era necesaria, digo, esta relación porque no es posible aislar el proceso comunicacional de la realidad de la sociedad. 
Ciertamente parece difícil construir un sueño nuevo cuando la gran mayoría de medios de comunicación a diario y cada minuto nos bombardean contenidos orientados al consumismo, con propaganda que adormece, aliena e impone nuevos estilos de vida y cultura (Documento de Santo Domingo-Conclusiones 277), pero pareciera que la pastoral de la comunicación social es la menos importante de la tarea pastoral de nuestros obispos. 
No he conocido, por ejemplo, de esfuerzos orientados a enseñar a realizar una lectura crítica de los contenidos que nos presentan los medios, y tampoco se les escucha a nuestros pastores una voz, un mensaje en este sentido.  Con razón, los obispos reconocían ya en Santo Domingo que “la presencia de la Iglesia en el sistema de medios es todavía insuficiente” (SD 280). 
En el caso particular de Ecuador, por ejemplo, los obispos en su evaluación quinquenal del Plan global de la Iglesia Católica en el Ecuador, publicado por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, en mayo de 2006, se constata que “Al interior de la Iglesia, la utilización y aprovechamiento de los Medios de Comunicación Social son insuficientes y poco eficaces.  Esto impide la difusión y promoción del trabajo pastoral que la Iglesia realiza en beneficio de la sociedad” (Nº 16, pág 26).  Tómese en cuenta que el apunte hace relación a la utilización de los medios.
 A esta realidad debemos sumar el hecho cierto de la notoria despreocupación de nuestra Iglesia para acompañar a las y los comunicadores con orientaciones y reflexiones sobre la realidad del mundo presente. 
  Personalmente no conozco, por ejemplo, si la Conferencia Episcopal Ecuatoriana tiene un   plan de la pastoral de la comunicación, y tampoco he podido testimoniar un acompañamiento a la naciente Asociación de Comunicadores Católicos, lo cual solo sería una muestra de la constatación que hicieron también nuestros obispos en Santo Domingo, cuando en el numeral 280 de las conclusiones ya se hablaba también de la carencia “de suficientes agentes con la preparación debida para enfrentar el desafío (de hacer presencia en los medios); además de que falta por parte de los diversos episcopados una adecuada planificación de la pastoral de las comunicaciones”.  Estos desafíos siguen vigentes.
 Aportar desde la comunicación a la construcción de la comunión en la Iglesia y en la sociedad, con esa realidad, no parece fácil, porque la gran mayoría de comunicadores que laboran en los medios privados, por ejemplo, no siempre tienen simpatía a la Iglesia, y particularmente suelen ser críticos con la  jerarquía.  Cuando hay oportunidad de hacer escándalo sobre algún desliz o alguna equivocación de algún sacerdote o religioso los medios destacan en grandes titulares o se ofrecen las informaciones en horarios estelares.  Por tanto la comunión parece difícil, al menos entre estos comunicadores o a través de estos medios. Y cuando se habla de comunicadoras y comunicadores de los medios que dispone la iglesia, el panorama tampoco suele ser muy alentador, por la constatación que ya se hizo más arriba, en el sentido de que no hay la suficiente preparación y compromiso para desarrollar procesos verdaderamente comunicacionales que contribuyan a promover una cultura de la vida y se oriente a la construcción de una sociedad justa y fraterna.  
Entonces, para buscar la comunión en la sociedad y en nuestra Iglesia, desde la comunicación, sigue siendo necesario y urgente un real interés de la jerarquía en el tema de la comunicación social, más aún cuando en nuestros días el desarrollo de las nuevas tecnologías nos sorprenden y deslumbran no solo por la instantaneidad de los enlaces sino por la interactividad que ofrecen y el acceso y dominio que a ellos tienen sobre todos los jóvenes y niños. 
En esta materia, demandará también un gran compromiso de nuestras organizaciones de comunicación católicas, para dar sentido a la tarea que las y los comunicadores cumplimos, a través de una reflexión teológica del fenómeno de la comunicación, compartiendo los elementos que fundamenten la visión de una comunicación humana, que incida en la sociedad para la consecución de un nuevo estilo de vida.  
A esta realidad en torno a la utilización de los medios y a la carencia de una política de comunicación en nuestra Iglesia, que de suyo es preocupante, no  conviene ignorar la falta de profetismo y de denuncia que, en el caso de la Iglesia Ecuatoriana, también se reconoce en los numerales 17 y 18 del ya referido documento de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.  “A veces, la Iglesia se presenta cerrada sobre sí misma, espiritualista, con necesidad de un real proceso de conversión.  Se quisiera ver una Iglesia con mayor fuerza y eficacia para evangelizar lo social; una Iglesia que responda adecuadamente a los problemas y situaciones de las personas y de los pueblos; una Iglesia más evangelizadora, coherente, testimonial, fiel al Evangelio, con pastores más cercanos al pueblo afectiva y efectivamente”, dicen los obispos ecuatorianos (18).
A este propósito talvez convenga recordar la predicación profética de Monseñor Romero: “Llevar la capacidad de la verdad es sufrir el tormento interior que sufrían los profetas.  Porque es mucho más fácil predicar la mentira, acomodarse a las situaciones para no perder ventajas, para tener siempre amistades halagadoras, para tener poder.  ¡Qué tentación más horrible de la Iglesia ¡  Y sin embargo, ella, que ha recibido el Espíritu de la verdad, tiene que estar dispuesta a no traicionar la verdad; y si es necesario perder todos los privilegios, los perderá, pero dirá siempre la verdad” (Homilía 22 de abril de 1979).
    
Hacia una comunicación humana  
“Comunicar, fundamental y esencialmente, consiste en ser persona humana, ser gente.  No está en el tener, ni tampoco en el saber, ni en el entender, como también no está únicamente en hacer.  Comunicar es cuestión de ser gente” (Teixeira, Nereu, la comunicación libertadora).   Partiendo de la consideración del P. Nereu, creo que a los comunicadores en general nos hace falta entender que la comunicación es mucho más que la información.  En el libro citado, el P. Teixeira precisa la distinción: La información “genera personas autosuficientes”, la comunicación “genera hermanos”; una genera concurrencia y competición, la otra genera comunión; una genera “empresas”, la otra genera comunidad.  La información es a corto plazo, la comunicación a largo plazo.  La información exige ciencia, la comunicación humana es mucho más conciencia”. 
Por ello mismo, “una exigencia imprescindible de la comunicación humana es ser integralmente y siempre”, lo que significa que en el ejercicio de la comunicación los comunicadores debemos siempre ser auténticos, sin negar nuestra persona para ser personajes que “teatralizamos, para ser transformados por la función que ejercemos, para desfigurarnos por el estatus que alcanzamos, y, sobre todo, para ejercer el poder que alcanzamos”, dice el Padre Nereu.  
 Creo que a los comunicadores nos hace falta entender que la comunicación auténtica solo se da cuando alcanzamos el “último grado de identificación con el otro, sea él quien fuera”, y si vivimos en medio de una realidad de pobreza y exclusión que alcanza a más del 70% de la población, la identificación deberá orientarse a ese otro que sufre esa realidad para denunciar, primero, y anunciar el cambio. La comunicación auténtica es posible cuando “el mundo es visto a partir del punto de vista del otro y no del propio yo: Es un salir de sí para hacerse al otro.  Hay el respeto absoluto a la libertad de ser, de ver, de sentir lo del otro; hay una identificación con el otro sin despersonalizarlo y sin despersonalizarse, y se crea un sentido más profundo y equilibrado, o “estado de comunión” (común + unión)… No es una relación de transferencia de saber, sino de ser.  Es la perfección del amor” (Teixeira, Nereu, La comunicación libertadora, pág. 27) En la acción de nuestra comunicación talvez nos haga falta volver la mirada a lo que el Documento “Evangeli Nuntiandi” nos recomienda como elementos de la acción evangelizadora:-         
Renovación de la humanidad (característica de la finalidad de la evangelización y de la pastoral)[2]-         
Testimonio[3]-         
Anuncio explícito[4]-         
Adhesión de corazón[5] -          I
nserción en la comunidad[6]-         
Acoger las señales y sacramentos[7]-         
Iniciativas de apostolado[8]  
Conversando con mi párroco, Mons. Isaías Barriga, sobre este encuentro y sobre el objetivo que apunta, el de definir la espiritualidad y la misión del comunicador católico, en los actuales momentos, para cumplir adecuadamente con la misión que nos plantea la V Conferencia, me comentaba que “la Iglesia necesita entregar, a través de sus comunicadores la Palabra de Dios, pero no solo para informar o para que se conozca, sino para cambiar el corazón del hombre, como decía Paulo VI.  Por esta razón, dice, el comunicador católico debe ser un hombre no solo instruido en la Palabra de Dios sino –sobre todo- una persona que viva, que sienta que lo que está diciendo es lo que él vive. 
El comunicador, como el catequista, no debe ser un maestro de doctrina sino, sobre todo, testimonio de fe.  Debe ser comunicador de su propia fe. Claro, aparte de eso debe tener la preparación académica, profesional y teórica, pero lo fundamental es que sea testimonio de fe”. 
Comunicadores y misioneros 
Teniendo presente la fuerza de la palabra, como nos recordaba Monseñor Romero: “La palabra es fuerza.  La palabra, cuando no es mentira, lleva la fuerza de la verdad. Por eso hay tantas palabras que son palabras mentira, porque son palabras que han perdido su razón de ser” (Homilía 25 de noviembre de 1977), y que “En cualquier sistema o coyuntura política, la Iglesia no se identifica con ninguna opción política concreta, sino que apoya lo que en ella se haya de justo, así como está dispuesta a denunciar siempre lo que tenga de injusto.  No dejará de ser voz de oprimidos, marginados de la participación en la gestación y en los beneficios del desarrollo del país” (Homilía 20 de mayo de 1979), corresponde a los comunicadores buscar y anunciar la verdad que es lo que “traerá a los pueblos la libertad” (Ignacio Ellacuría). 
La misión del comunicador debe ser, por tanto, no solo difundir la Palabra de Dios,  a través de cualquiera de los medios de comunicación, sino la de interiorizar en el compromiso de buscar el cambio del corazón comunicando su testimonio de vida y de fe.  “Todo cristiano, por el hecho de ser bautizado tiene su compromiso con Cristo profeta, y ser profeta significa conocer esa palabra y comunicar esa palabra.  Entonces si hay alguien que por profesión está ya trabajando en esta línea, creo que es la oportunidad de hacer mejor lo que está haciendo”, comenta Monseñor Isaías Barriga.  Que seamos pues, entonces comunicadores y profetas de esta nueva era que vivimos.
 
*Ponencia presentada en el Seminario "Comunicadores, discípulos y misioneros", Santo Domingo, República Dominicana, 20 febrero 2007



[1] MO SUNG, Jung, Cuando no todos son hijos de Dios, artículo publicado en la revista Vida Pastoral, n. 177, julio/agosto,1994
[2] EN 18-20
[3] EN 21
[4] EN 22
[5] EN 23
[6] EN 23
[7] EN 23
[8] EN 36
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario