José Nelson Mármol*
“Se afirma que las personas y los grupos sociales luchan por sus
sueños. Si esos sueños son perversos o inhumanos, sus luchas y prácticas
cotidianas serán también deshumanizantes. Si se quiere cambiar las prácticas de
las personas, es necesario cambiar sus sueños. Es preciso presentar un
sueño más humano, alternativo al sueño del consumo infinito”[1]
Releyendo un pequeño libro del teólogo surcoreano-brasileño Jung Mo Sung,
titulado “¿Si Dios existe porqué hay pobreza?, la fe de los cristianos y los
excluidos”, me encontré con esta cita y con esta proposición: “La Iglesia
necesita ser testimonio de un sueño diferente…, un sueño de una sociedad en la
que la calidad de vida no sea confundida con cantidad de consumo. En que
las personas no necesiten ser violentas para garantizar la sobrevivencia ni
sean juzgadas por sus apariencias o preferencias. Una sociedad más
igualitaria, sin tanto lujo contrastando con la miseria, sin tanta ansiedad o
miedo. Un mundo en el que la solidaridad vuelva a ser un valor importante,
talvez el central”. La demanda responde a la realidad latinoamericana de
hace 10 o 12 años, pero que en la actualidad sigue latente.
¿Será
posible que ahora que "Vivimos en medio de los dolores de parto de una
nueva época" (como dice el Documento de Participación para la
Conferencia de Aparecida, n. 94), por los desafíos que nos presentan los
cambios y la realidad caracterizada por peores condiciones de vida de
las mayorías de nuestro pueblo, nuestra Iglesia nos da testimonio de un
sueño diferente? ¿Será que en la nueva misión de la Iglesia que se
anuncia iniciará al término de la próxima Conferencia del Episcopado las
y los comunicadores logramos cambiar el sueño de desesperanza de
nuestro pueblo con un sueño más humano? No
me es posible adelantar las respuestas, sobre todo cuando como
cristiano y comunicador, que he laborado por algunos años en un medio
radial católico, he podido constatar que nuestra Iglesia no ha sido en
nuestros tiempos testimonio del compromiso asumido en Medellín y Puebla,
con la “Opción Preferencial por los Pobres”.
La
falta de profetismo, esa palabra valiente para denunciar las
injusticias, nos hace extrañar a un Leonidas Proaño, el Obispo de los
Indios, en Ecuador, o al mártir de América, Monseñor Oscar Arnulfo
Romero, y tantos otros sacerdotes y religiosos y religiosas, y laicos
que sin temores anunciaron la Palabra de Liberación, paz y justicia en
nuestros pueblos.
Me
parece necesaria esta relación para de inmediato intentar esbozar
algunas ideas en torno al tema que se me ha planteado conversar en esta
jornada, sobre ¿Cómo aportar HOY desde la comunicación a la construcción
de la comunión en la Iglesia y en la sociedad? Era necesaria, digo, esta relación porque no es posible aislar el proceso comunicacional de la realidad de la sociedad.
Ciertamente
parece difícil construir un sueño nuevo cuando la gran mayoría de
medios de comunicación a diario y cada minuto nos bombardean contenidos
orientados al consumismo, con propaganda que adormece, aliena e
impone nuevos estilos de vida y cultura (Documento de Santo
Domingo-Conclusiones 277), pero pareciera que la pastoral de la
comunicación social es la menos importante de la tarea pastoral de
nuestros obispos.
No he
conocido, por ejemplo, de esfuerzos orientados a enseñar a realizar una
lectura crítica de los contenidos que nos presentan los medios, y
tampoco se les escucha a nuestros pastores una voz, un mensaje en este
sentido. Con razón, los obispos reconocían ya en Santo
Domingo que “la presencia de la Iglesia en el sistema de medios es
todavía insuficiente” (SD 280).
En el
caso particular de Ecuador, por ejemplo, los obispos en su evaluación
quinquenal del Plan global de la Iglesia Católica en el Ecuador,
publicado por la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, en mayo de 2006, se
constata que “Al interior de la Iglesia, la utilización y
aprovechamiento de los Medios de Comunicación Social son insuficientes y
poco eficaces. Esto impide la difusión y promoción del trabajo pastoral que la Iglesia realiza en beneficio de la sociedad” (Nº 16, pág 26). Tómese en cuenta que el apunte hace relación a la utilización de los medios.
A
esta realidad debemos sumar el hecho cierto de la notoria
despreocupación de nuestra Iglesia para acompañar a las y los
comunicadores con orientaciones y reflexiones sobre la realidad del
mundo presente.
Personalmente no conozco, por ejemplo, si la Conferencia Episcopal Ecuatoriana tiene un plan
de la pastoral de la comunicación, y tampoco he podido testimoniar un
acompañamiento a la naciente Asociación de Comunicadores Católicos, lo
cual solo sería una muestra de la constatación que hicieron también
nuestros obispos en Santo Domingo, cuando en el numeral 280 de las
conclusiones ya se hablaba también de la carencia “de suficientes
agentes con la preparación debida para enfrentar el desafío (de hacer
presencia en los medios); además de que falta por parte de los diversos
episcopados una adecuada planificación de la pastoral de las
comunicaciones”. Estos desafíos siguen vigentes.
Aportar
desde la comunicación a la construcción de la comunión en la Iglesia y
en la sociedad, con esa realidad, no parece fácil, porque la gran
mayoría de comunicadores que laboran en los medios privados, por
ejemplo, no siempre tienen simpatía a la Iglesia, y particularmente
suelen ser críticos con la jerarquía. Cuando
hay oportunidad de hacer escándalo sobre algún desliz o alguna
equivocación de algún sacerdote o religioso los medios destacan en
grandes titulares o se ofrecen las informaciones en horarios estelares. Por tanto la comunión parece difícil, al menos entre estos comunicadores o a través de estos medios. Y
cuando se habla de comunicadoras y comunicadores de los medios que
dispone la iglesia, el panorama tampoco suele ser muy alentador, por la
constatación que ya se hizo más arriba, en el sentido de que no hay la
suficiente preparación y compromiso para desarrollar procesos
verdaderamente comunicacionales que contribuyan a promover una cultura
de la vida y se oriente a la construcción de una sociedad justa y
fraterna.
Entonces,
para buscar la comunión en la sociedad y en nuestra Iglesia, desde la
comunicación, sigue siendo necesario y urgente un real interés de la
jerarquía en el tema de la comunicación social, más aún cuando en
nuestros días el desarrollo de las nuevas tecnologías nos sorprenden y
deslumbran no solo por la instantaneidad de los enlaces sino por la
interactividad que ofrecen y el acceso y dominio que a ellos tienen
sobre todos los jóvenes y niños.
En
esta materia, demandará también un gran compromiso de nuestras
organizaciones de comunicación católicas, para dar sentido a la tarea
que las y los comunicadores cumplimos, a través de una reflexión
teológica del fenómeno de la comunicación, compartiendo los elementos
que fundamenten la visión de una comunicación humana, que incida en la
sociedad para la consecución de un nuevo estilo de vida.
A esta realidad en
torno a la utilización de los medios y a la carencia de una política de
comunicación en nuestra Iglesia, que de suyo es preocupante, no conviene
ignorar la falta de profetismo y de denuncia que, en el caso de la
Iglesia Ecuatoriana, también se reconoce en los numerales 17 y 18 del ya
referido documento de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. “A veces, la Iglesia se presenta cerrada sobre sí misma, espiritualista, con necesidad de un real proceso de conversión. Se
quisiera ver una Iglesia con mayor fuerza y eficacia para evangelizar
lo social; una Iglesia que responda adecuadamente a los problemas y
situaciones de las personas y de los pueblos; una Iglesia más
evangelizadora, coherente, testimonial, fiel al Evangelio, con pastores
más cercanos al pueblo afectiva y efectivamente”, dicen los obispos
ecuatorianos (18).
A este propósito
talvez convenga recordar la predicación profética de Monseñor Romero:
“Llevar la capacidad de la verdad es sufrir el tormento interior que
sufrían los profetas. Porque es mucho más fácil predicar
la mentira, acomodarse a las situaciones para no perder ventajas, para
tener siempre amistades halagadoras, para tener poder. ¡Qué tentación más horrible de la Iglesia ¡ Y
sin embargo, ella, que ha recibido el Espíritu de la verdad, tiene que
estar dispuesta a no traicionar la verdad; y si es necesario perder
todos los privilegios, los perderá, pero dirá siempre la verdad”
(Homilía 22 de abril de 1979).
Hacia una comunicación humana
“Comunicar, fundamental y esencialmente, consiste en ser persona humana, ser gente. No está en el tener, ni tampoco en el saber, ni en el entender, como también no está únicamente en hacer. Comunicar es cuestión de ser gente” (Teixeira, Nereu, la comunicación libertadora). Partiendo
de la consideración del P. Nereu, creo que a los comunicadores en
general nos hace falta entender que la comunicación es mucho más que la
información. En el libro citado, el P. Teixeira precisa la
distinción: La información “genera personas autosuficientes”, la
comunicación “genera hermanos”; una genera concurrencia y competición,
la otra genera comunión; una genera “empresas”, la otra genera
comunidad. La información es a corto plazo, la comunicación a largo plazo. La información exige ciencia, la comunicación humana es mucho más conciencia”.
Por
ello mismo, “una exigencia imprescindible de la comunicación humana es
ser integralmente y siempre”, lo que significa que en el ejercicio de la
comunicación los comunicadores debemos siempre ser auténticos, sin
negar nuestra persona para ser personajes que “teatralizamos, para ser
transformados por la función que ejercemos, para desfigurarnos por el
estatus que alcanzamos, y, sobre todo, para ejercer el poder que
alcanzamos”, dice el Padre Nereu.
Creo
que a los comunicadores nos hace falta entender que la comunicación
auténtica solo se da cuando alcanzamos el “último grado de
identificación con el otro, sea él quien fuera”, y si vivimos en medio
de una realidad de pobreza y exclusión que alcanza a más del 70% de la
población, la identificación deberá orientarse a ese otro que sufre esa
realidad para denunciar, primero, y anunciar el cambio. La
comunicación auténtica es posible cuando “el mundo es visto a partir
del punto de vista del otro y no del propio yo: Es un salir de sí para
hacerse al otro. Hay el respeto absoluto a la libertad de
ser, de ver, de sentir lo del otro; hay una identificación con el otro
sin despersonalizarlo y sin despersonalizarse, y se crea un sentido más
profundo y equilibrado, o “estado de comunión” (común + unión)… No es
una relación de transferencia de saber, sino de ser. Es la perfección del amor” (Teixeira, Nereu, La comunicación libertadora, pág. 27) En
la acción de nuestra comunicación talvez nos haga falta volver la
mirada a lo que el Documento “Evangeli Nuntiandi” nos recomienda como
elementos de la acción evangelizadora:-
Renovación de la humanidad (característica de la finalidad de la evangelización y de la pastoral)[2]-
Testimonio[3]-
Anuncio explícito[4]-
Adhesión de corazón[5] - I
nserción en la comunidad[6]-
Acoger las señales y sacramentos[7]-
Iniciativas de apostolado[8]
Conversando
con mi párroco, Mons. Isaías Barriga, sobre este encuentro y sobre el
objetivo que apunta, el de definir la espiritualidad y la misión del
comunicador católico, en los actuales momentos, para cumplir
adecuadamente con la misión que nos plantea la V Conferencia, me
comentaba que “la Iglesia necesita entregar, a través de sus
comunicadores la Palabra de Dios, pero no solo para informar o para que
se conozca, sino para cambiar el corazón del hombre, como decía Paulo
VI. Por esta razón, dice, el comunicador católico debe ser
un hombre no solo instruido en la Palabra de Dios sino –sobre todo- una
persona que viva, que sienta que lo que está diciendo es lo que él
vive.
El comunicador, como el catequista, no debe ser un maestro de doctrina sino, sobre todo, testimonio de fe. Debe
ser comunicador de su propia fe. Claro, aparte de eso debe tener la
preparación académica, profesional y teórica, pero lo fundamental es que
sea testimonio de fe”.
Comunicadores y misioneros
Teniendo presente la fuerza de la palabra, como nos recordaba Monseñor Romero: “La palabra es fuerza. La
palabra, cuando no es mentira, lleva la fuerza de la verdad. Por eso
hay tantas palabras que son palabras mentira, porque son palabras que
han perdido su razón de ser” (Homilía 25 de noviembre de 1977), y que
“En cualquier sistema o coyuntura política, la Iglesia no se identifica
con ninguna opción política concreta, sino que apoya lo que en ella se
haya de justo, así como está dispuesta a denunciar siempre lo que tenga
de injusto. No dejará de ser voz de oprimidos, marginados
de la participación en la gestación y en los beneficios del desarrollo
del país” (Homilía 20 de mayo de 1979), corresponde a los comunicadores
buscar y anunciar la verdad que es lo que “traerá a los pueblos la
libertad” (Ignacio Ellacuría).
La misión del comunicador debe ser, por tanto, no solo difundir la Palabra de Dios, a
través de cualquiera de los medios de comunicación, sino la de
interiorizar en el compromiso de buscar el cambio del corazón
comunicando su testimonio de vida y de fe. “Todo
cristiano, por el hecho de ser bautizado tiene su compromiso con Cristo
profeta, y ser profeta significa conocer esa palabra y comunicar esa
palabra. Entonces si hay alguien que por profesión está ya
trabajando en esta línea, creo que es la oportunidad de hacer mejor lo
que está haciendo”, comenta Monseñor Isaías Barriga. Que seamos pues, entonces comunicadores y profetas de esta nueva era que vivimos.
*Ponencia
presentada en el Seminario "Comunicadores, discípulos y misioneros",
Santo Domingo, República Dominicana, 20 febrero 2007
[1] MO SUNG, Jung, Cuando no todos son hijos de Dios, artículo publicado en la revista Vida Pastoral, n. 177, julio/agosto,1994
[2] EN 18-20
[3] EN 21
[4] EN 22
[5] EN 23
[6] EN 23
[7] EN 23
[8] EN 36
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