lunes, 24 de marzo de 2014

Como escribir noticias religiosas y culturales en un Estado Laico*



José Nelson Mármol

Hoy se cumplen 34 años del asesinato de Monseñor Romero, por ser un pastor fiel a su compromiso con el Evangelio de Jesús y por denunciar con valentía las injusticias cometidas por el conflicto armado en El Salvador, que dejó 75.000 muertos, 8.000 desaparecidos y alrededor de 12.000 discapacitados.
Al recordar su martirio, es necesario también recordar su testimonio de vida y el magisterio pastoral en la defensa de los Derechos Humanos y la justicia, entre ellos el derecho a la comunicación e información.

Su denuncia hecha a viva voz en su homilía del 2 de abril de 1978, sobre la situación de los medios de comunicación de su país, en los aciagos años de violencia y muerte que se vivieron, no puede ser más que  indignante, por lo doloroso de ese momento de la historia salvadoreña:
“Es lástima, hermanos, que en estas cosas tan graves de nuestro pueblo se quiera engañar al pueblo.  Es lástima tener unos medios de comunicación tan vendidos a las condiciones.  Es lástima no poder confiar en la noticia del periódico, de la televisión o de la radio porque todo está comprado, está amañado y no se dice la verdad”. (Monseñor Oscar Arnulfo Romero, 2 de abril de 1978)

Este pensamiento de Monseñor Romero sobre los medios de comunicación de su época y la versión que ofrecían sobre realidad de su país durante el conflicto armado denuncia no solo la falta de ética en el ejercicio de la comunicación social y el periodismo, sino una realidad que –acaso- ha caracterizado a un amplio sector de la prensa en nuestros países: una prensa vendida a los intereses del poder político y económico, que no garantiza estándares de credibilidad que la información exige.
Esta denuncia hecha por nuestro Profeta de América me permite empezar a desovillar las ideas en las que he pensado para abordar el tema propuesto en esta conferencia de The Media Project, sobre cómo escribir noticias religiosas y culturales en un Estado laico, desde una mirada de la ética.
Un primer aspecto a considerar es el relacionado a los principios básicos de quehacer periodístico y que tienen que ver precisamente con el derecho a la información que es “inalienable” y que debe ser ejercido por el periodista o comunicador con celo insobornable para “satisfacer el anhelo comunitario de una información oportuna, veraz y objetiva, ya para contribuir a la correcta interpretación y orientación de los problemas en el complejo mundo en que vivimos, ya para ofrecer distracción constructiva y útil; ya, en fin, para reforzar e impulsar los programas y planes de desarrollo social y para luchar por la soberanía, independencia y dignidad nacionales”, como recomienda el código de ética periodística en el Ecuador.
Esta característica inherente al ejercicio profesional del periodista no puede estar al margen de esa otra función central de “ser leal y consecuente con los principios y las aspiraciones de su pueblo, de su comunidad y de su familia” (Código de ética periodística del Ecuador), lo que conduce a ese compromiso ineludible que deberían observar los medios de comunicación de responder a los intereses de nuestros pueblos, y no convertir la información en mercancía que se venda a los intereses del poder político y económico, que es lo que en su momento denunció Monseñor Romero.
Y es que, el trabajo periodístico de un comunicador/a reportero/a que cubre temas de religión no puede realizarse ignorando estas exigencias éticas.  Más aún, si el compromiso cristiano de un comunicador o periodista le exige ser “un testigo, un profeta de la esperanza, que ama la vida y se convierte en el que proclama la Buena Nueva” a su pueblo, a su comunidad, porque él también es parte de esa comunidad y vive y siente lo que su comunidad vive y siente.
Tomo otra cita que resalta el código de ética periodística de Ecuador para remarcar también este aspecto que tiene que ver con  la responsabilidad de “ser ajeno al sensacionalismo irresponsable, a la mercantilización de la noticia o cualquier tipo de manipuleo de la información o de la opinión que falsee, tergiverse, niegue o limite la verdad”.
El periodista o reportero que escribe noticias religiosas debe preocuparse incansablemente “por buscar la verdad desde la fidelidad al Evangelio”, lo cual implica que debe empeñarse investigar las causas de los acontecimientos y “no se deja llevar por la comodidad de seguir las opiniones establecidas o comunes y corrientes” (Perfil del comunicador cristiano, OCLACC 2007).   
La cobertura de noticias de índole religiosa o cultural no pueden desconocer estos principios básicos de buscar la verdad, con la mayor objetividad posible, sabiendo que es imposible lograr el 100% de la objetividad, por aquello de que cada persona, cada profesional tiene sus creencias, su ideología y al dar una versión de un determinado hecho no podrá hacerlo deslindándose totalmente de esas creencias.
El respeto a “los derechos de los demás y la integridad moral de las personas, especialmente su vida privada y a guardar una conducta ejemplar que avale precisamente su autoridad para informar, orientar, denunciar o exigir a través de los medios de comunicación social” es una obligación ineludible de un periodista, como insiste el código de ética de Ecuador, y quizá la exigencia para un comunicador cristiano deba ser mayor, porque ante todo el compromiso cristiano de promover y defender una vida digna para todos y todas.  
¿Parcialidad en el periodismo?
Cuando nos referimos a que la tarea del periodista debe responder con lealtad y consecuencia “con los principios y las aspiraciones de su pueblo, de su comunidad y de su familia” nuestro código de ética periodística subraya que esa misión “No es ni puede ser neutral, porque en la sociedad humana es imposible esa neutralidad, como no sea para favorecer directa o indirectamente, intereses antipopulares”.
Estos principios básicos pueden sintetizarse con la recomendación que hace el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales en el documento “Ética en las Comunicaciones Sociales” que subraya que “los medios de comunicación están llamados a servir a la dignidad humana, ayudando a la gente a vivir bien y a actuar como personas en comunidad” y es claro en reconocer la exigencia de los medios de comunicación y de los comunicadores de ubicar su compromiso de lado de los más débiles y de las víctimas de injusticias, cuando señala que “Frente a graves injusticias, no basta que los comunicadores digan simplemente que su trabajo consiste en referir las cosas tal como son. Eso es indudablemente su tarea. Pero algunos casos de sufrimiento humano son en gran parte ignorados por los medios de comunicación, mientras informan acerca de otros; y en la medida en que esto refleja una decisión de los comunicadores, también refleja una selectividad inadmisible”...
Por tanto, de este modo los medios de comunicación a menudo contribuyen a las injusticias y desequilibrios que causan el sufrimiento sobre el que informan: ‘Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que les permitan participar en dicho desarrollo’ (Ética en las Comunicaciones Sociales, Nº 14).
Así, es preciso no olvidar que la comunicación a través de los medios de comunicación social no es aséptica de intencionalidad, pero que la cuestión que debemos observar los periodistas a la hora de escribir noticia sobre temas de religión o de cultura, como de cualquier otro aspecto de la vida social, política, económica, tecnológica, deportiva es tener claro la opción ética desde la que cumplimos nuestro trabajo.  O estamos junto atentos para reflejar las realidades y aspiraciones de nuestro pueblos o adoptamos una posición que refleje los intereses de los poderes político o económico. En la Instrucción pastoral Aetatis Novae, sobre pastoral de la comunicación se expresa con precisión que la comunicación que se promueva desde la Iglesia debe “ponerse de parte de la justicia, en solidaridad con todos los creyentes, al servicio de la comunión de los pueblos, las naciones y las culturas, frente a los conflictos y las divisiones” (AN, 9).
Información religiosa o sobre religiones
No podemos desconocer que la cobertura de información eclesial, religiosa o sobre alguna religión o religiones exige también del periodista una determinada especialización, por aquello de que en determinado momento deberá describir las características o especificidades de algún rito, culto o celebración.  Y lo peor que a veces suele ocurrir es que algún periodista no está lo suficiente informado y comete errores en su redacción.  
Siempre recuerdo, a este propósito, que en una crónica periodística de uno de los principales medios de comunicación, sobre una importante celebración religiosa en El Vaticano, con total desconocimiento de los ritos y los ornamentos usados por los ministros celebrantes decía, por ejemplo el desfile de sacerdotes, al referirse a la procesión presbiteral que antecede el inicio de una celebración litúrgica, y cuando se refería a la estola que se colocan los sacerdotes sobre el cuello lo describía como una bufanda, y así, por el estilo.
Entonces, para este tipo de coberturas, el periodista debe investigar previamente la nomenclatura de determinadas celebraciones o ritos religiosos, tanto como saber distinguir, por ejemplo, un Pastor de alguna confesión cristiana no católica, de un sacerdote, o un laico de un diácono, y así, pues ello hace parte de la responsabilidad que el comunicador debe tener para ofrecer una información exacta, y sobre todo respeto a los fieles y a las particularidades que cada culto o celebración tienen.
Bien lo decía el papa Francisco, en su primer encuentro con los periodistas que llegaron a Roma para cubrir el cónclave en que se lo eligió como nuevo Pontífice: “que los eventos religiosos no son más complicados de cubrir que los políticos, pero que tienen una categoría diferente, "no solo la mundana" porque no tiene una naturaleza política sino esencialmente espiritual, es "el pueblo de Dios", por lo que, según ha explicado, no siempre es fácil comunicarlo a un público amplio.
Es posible que algunos medios de comunicación, particularmente los que pertenecen a alguna Iglesia, asignen a algún periodista o reportero la cobertura específica de los temas eclesiales o religiosos, sin embargo –siguiendo el espíritu de lo que expresaron los obispos latinoamericanos en la V Conferencia en Aparecida, “El llamado a ser discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano” (Mensaje de la V Conferencia de Aparecida, Nº 2), los comunicadores y los medios de comunicación eclesiales deberíamos privilegiar registrar y comunicar las realidades de nuestros pueblos, sus esperanzas y demandas; sus alegrías tanto como sus luchas por buscar una vida digna.
Lo cultural en el trabajo del comunicador cristiano
Al referirnos a cómo abordar los contenidos culturales, lo primero en lo que se debe insistir es en la rigurosidad y responsabilidad con que el periodista o reportero debe actuar, sabiendo que ante todo el compromiso ético ineludible es el respeto a la vida y la dignidad de la persona y de su comunidad, en su dimensión de lo social, lo cultural y religioso.
El redactor de informaciones y contenidos culturales deberá evitar “la superficialidad y el mal gusto” en que caen muchos medios de comunicación, a pretexto de que “los medios de comunicación se limitan a reflejar “las costumbres populares” de nuestros pueblos y comunidades.  No se puede ignorar la gran influencia que ejercen los medios en las costumbres y de la gente “y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas”, recomienda el documento Ética en la Comunicación Social.
“El problema presenta diversos aspectos. Uno de ellos se refiere a los temas complejos, cuando en vez de ser presentados con esmero y veracidad, los noticiarios los evitan o los simplifican excesivamente. Otro serían los programas de entretenimiento de tipo corruptor y deshumanizante, que incluyen y explotan temas relacionados con la sexualidad y la violencia. Es una grave irresponsabilidad ignorar o disimular el hecho de que «la pornografía y la violencia sádica deprecian la sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos —especialmente a las mujeres y a los niños—, destruyen el matrimonio y la vida familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad» (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral, 10).
En el ámbito internacional, el dominio cultural impuesto a través de los medios de comunicación social también constituye un problema cada vez más serio. En algunos lugares las expresiones de la cultura tradicional están virtualmente excluidas del acceso a los medios populares de comunicación y corren el riesgo de desaparecer; mientras tanto, los valores de las sociedades ricas y secularizadas suplantan cada vez más los valores tradicionales de las sociedades menos ricas y poderosas. Teniendo esto en cuenta, habría que prestar particular atención a los niños y jóvenes, proporcionándoles programas que les permitan tener un contacto vivo con su herencia cultural.
Es de desear que la comunicación se haga según modelos culturales. Las sociedades pueden y deben aprender unas de otras. Pero la comunicación transcultural no debería realizarse en detrimento de las más débiles. Hoy «incluso las culturas menos extendidas no están aisladas. Se benefician de intercambios cada vez mayores, y al mismo tiempo sufren presiones ejercidas por una fuerte corriente uniformadora» (Para una pastoral de la cultura, 33). El hecho de que un gran número de informaciones fluya actualmente en una única dirección —desde las naciones desarrolladas hacia las naciones en vías de desarrollo y pobres— plantea serias cuestiones éticas. ¿Los ricos no tienen nada que aprender de los pobres? ¿Los potentes son sordos a la voz de los débiles? (Ética en las Comunicaciones Sociales, Nº 16)
Los riesgos del uso político de los medios
En el documento pontificio sobre la ética en las comunicaciones se advierte también sobre varios peligros que comporta el trabajo periodístico y de los medios de comunicación a los que un comunicador cristiano debe estar siempre atento y es sobre el riesgo del uso y abuso de los medios de comunicación que pueden hacer los políticos sin escrúpulos “para la demagogia y el engaño, apoyando políticas injustas y regímenes opresivos. Ridiculizan a sus adversarios y sistemáticamente distorsionan y anulan la verdad por medio de la propaganda y de planteamientos falsamente tranquilizadores. En este caso, más que unir a las personas, los medios de comunicación sirven para separarlas, creando tensiones y sospechas que constituyen gérmenes de nuevos conflictos.
Incluso en países con sistemas democráticos, también es frecuente que los líderes políticos manipulen la opinión pública a través de los medios de comunicación, en vez de promover una participación informada en los procesos políticos. Se observan los convencionalismos de la democracia, pero ciertas técnicas copiadas de la publicidad y de las relaciones públicas se despliegan en nombre de políticas que explotan a grupos particulares y violan los derechos fundamentales, incluso el derecho a la vida (cf. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 70)” (Ética en las comunicaciones sociales Nº 15).
A propósito de la enorme responsabilidad de los medios de comunicación y de las y los periodistas, resulta oportuno retomar las advertencias que hizo el papa Francisco este sábado 22 de marzo de 2014, al dirigirse a los miembros de la Asociación "Corallo", una red de emisoras locales de inspiración católica presente en todas las regiones italianas,  a quienes recordó que los medios de comunicación tienen virtudes, pero también pecados. "Los más grandes -recalcó- son los que van por el camino de la mentira y de la falsedad, y son tres: la desinformación, la calumnia y la difamación. Estas dos últimas son graves, pero no tan peligrosas como la primera… La calumnia es pecado mortal, pero se puede aclarar y llegar a conocer que es una calumnia. La difamación es pecado mortal, pero se puede acabar diciendo: "Es una injusticia porque esta persona hizo algo hace tiempo pero después se arrepintió y cambió de vida". Pero la desinformación es decir la mitad de las cosas, las que más me convienen y no decir la otra mitad. Y de esa forma los que ven la televisión o escuchan la radio no pueden formarse un juicio perfecto, porque les faltan los elementos y no se los dan. Por favor huid de estos tres pecados", dijo el papa.  Y, claro, esta recomendación no aplica solo a las y los comunicadores católicos o cristianos, sino a todos quienes abrazamos esta profesión que está obligada moralmente a informar correctamente a la comunidad, evitando la “deformación y tergiversación de las informaciones”.
Concluyo con otra cita de Monseñor Romero: “Una Iglesia que no provoca ninguna crisis, un evangelio que no molesta, una palabra de Dios que no se mete en la piel de nadie, una palabra de Dios que no denuncia el verdadero pecado de la sociedad en la que está siendo proclamado, ¿qué clase de evangelio es? ” (Mons. Romero, 16 de abril, 1978)
De igual manera, al referirnos al trabajo de las y los periodistas y medios de comunicación podríamos decir que nuestro trabajo no puede ser ajeno a la realidad de nuestros pueblos; por el contrario,  los comunicadores cristianos debemos ser generadores de transformación de la realidad, porque “la Buena Noticia es transformadora de la realidad”, o simplemente no somos periodistas y comunicadores.
“Para poder transformar la realidad, debemos tener fuerzas potentes, y para tener fuerzas potentes creemos que el elemento central es estar nosotros radicados en el hoy de la historia, estar radicados en Jesús, estar radicados en la fuerza revolucionaria evangélica. Si estamos en el Evangelio y si estamos en comunidades conformando redes con los otros, y si esas redes están operando en la transformación de la realidad, entonces la nuestra sería una Buena Noticia, eficaz, concreta, constructora de un bien común. Nosotros, los comunicadores, podemos vivir por el bien común o por un bien individual, o por el bien de algunos y no de todos”, expresa la Dra. Susana Nuin, Secretaria Ejecutiva del Departamento de Comunicación del CELAM en su mensaje a la Asamblea continental de Signis ALC, agosto 2013, que se reunió en Quito. Y aquí me hago eco de su interrogante ¿”estamos siendo edificadores, constructores, generadores del bien común, del bien de la sociedad y de nuestros pueblos? O, en realidad, ¿estamos defendiendo nuestros espacios, nuestros pequeños o grandes espacios, pero sectoriales de nuestros intereses únicamente”?

*Exposición de José Mármol, durante la Conferencia The Media Project que se realizó en Quito, Ecuador el 24 de marzo 2014
Documentos consultados y citados:
Código de ética del Periodista Ecuatoriano (1980)
Perfil del comunicador cristiano (OCLACC 2007)
Instrucción Pastoral Aetatis Novae (1989)
Documento de Aparecida (2007)
Ética en la Comunicación Social (Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, 2000)
Mensaje de la Dra. Susana Nuin a la Asamblea de OCLACC- Signis ALC, agosto 2013

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