Querido Niño
Jesús:
En este 25 de diciembre solo quiero comentarte cómo me siento al
finalizar este año 2006.
Aunque sé que Tú no precisas de este mensaje que
nos brinda los adelantos de la tecnología que Dios Padre Celestial ha puesto en
nuestras manos para facilitar la comunicación en este mundo, porque Tú nos
conoces a todos y sabes todo cuanto sentimos, aún cuando solo lo estuviéramos
pensando, me permito remitirte este E-mail.
Solo
quiero decirte que en estos tiempos en que la Navidad se ha tornado en
una fiesta solo de regalos y en que la mayoría está cambiando tu
presencia por la de un gordinflón de luengas barbas blancas, vestido de
rojo, yo he vivido otra Navidad y por ello quiero darte gracias.
He vivido una Navidad diferente porque he sentido la manifestación más palpable de tu presencia en mi vida y en mi familia. He
sentido tu presencia a través de las lágrimas de dolor que no pudo
contenerlas mi Madre, pero que Tú las enjugaste con el pañuelo del
consuelo y de la esperanza. Tú conociste los momentos de
angustia y desesperación que tuvo que vivir mi esposa y estuviste a su
lado para infundirle sosiego y sabiduría para encaminar las diligencias
que tuvo que cumplir. Tú estuviste al tanto del sufrimiento que
sintieron mis hermanos, sobrinos, tíos, primos, y más familiares, y por
ello les diste paciencia y les recordaste tu palabra de que Tú jamás nos
abandonas, lo que a su vez también me lo comunicaban para que yo no
desfallezca. Tú,
Señor, estuviste también con mis amigos y amigas, colegas de profesión
que en ningún momento dudaron de mí y me brindaron su solidaridad y
ejemplo de entereza y valentía para defender la verdad y la justicia.
Sobre
todo, Señor, he sentido tu presencia porque en todo momento también tu
Santísima Madre (Mama Nati) estuvo conmigo, me cubrió con su santo manto
y al igual que en Caná de Galilea intercedió por sus amigos también
escuchó mis ruegos y súplicas e intercedió por mí para que Dios que es
el único juez infalible oriente la decisión de los jueces terrenales que
dictaron mi absolución y obtenga mi libertad.
Sí,
Señor, Tú sabes que al igual que Tú, Pedro, Pablo y tantos y tantos
discípulos tuyos, a través de la historia, estuve en la cárcel
injustamente, pero no me abandonaste y estuviste a mi lado iluminándome
con tu luz, para que la oscuridad de la celda no perturbe mi mente ni me
hunda en la desesperanza.
Conocí,
Señor, el dolor que se vive en el encierro; me indigné conociendo las
infrahumanas condiciones en la que conviven cientos y cientos, miles y
miles de presos en cárceles que antes que ser centros de rehabilitación,
como dicen llamarse, son verdaderos tugurios en donde el hacinamiento
ha convertido en despojos a todos quienes cayeron por causa justa o
injusta.
Estuve
preso, Señor; y pude vivir en carne propia la humillación de la
confinación en una celda de la Policía Judicial mal oliente, insalubre,
sin ventilación, sin una ventana que permita ver si es de día o de
noche, sin un colchón en el que se pueda recostar la pesadez de un
cuerpo abatido, sin siquiera un sanitario en que se pueda realizar las
ineludibles necesidades biológicas, o una llave de agua para tratar de
lavar al menos las manos y el rostro cansado por el insomnio; Tú sabes,
Señor, que en ese cuchitril de aproximadamente 6 x 4 metros, tuvimos que
convivir alrededor de 70 detenidos, en condiciones en las que no era
posible ni siquiera acostarse, por lo que cuando la noche era ya
avanzada teníamos que acomodar nuestros cuerpos en la losa de cemento y
de lado, en la posición de tejita –como decían- Y claro, imposible dormir. En
primer lugar por que no se puede conciliar el sueño en tamaña
incomodidad y luego que tampoco era conveniente dormir si uno no quería
ser víctima de alguna maldad de quienes se solazan con sus picardías. En
esa celda pude ser testigo, y Tú lo sabes, Señor, de algunas peleas
entre internos o del brinco asustado que daban quienes mientras dormían
eran víctimas del picado de la “pulga china” (una quemadura que se
produce en cualquier parte de la piel por los efectos de la combustión
de una cabeza de fósforo adherida a la piel con un poco de mentol o
vaselina), o cuando simplemente les ponían un poco de orinas en sus
bocas abiertas, amén de otras perversidades.
Tú conoces, mi Señor, que de esa celda de la PJ que semejaba
a un caldero por el calor del cuerpo de decenas de detenidos apenas nos
sacaban dos veces al día para que a la velocidad de un relámpago
hiciésemos las necesidades básicas en un sanitario que es solo un decir
porque las condiciones antihigiénicas no eran ni de lejos comparables
con una letrina. Eso era solo una taza sin tanque de agua
que descargue los excrementos, en un recoveco pestilente adosado al
cajón por donde se depositaba la basura de los pisos superiores, y era
eso lo que obligadamente debíamos utilizar para realizar nuestras
necesidades, a un promedio acaso menor a dos minutos por detenido para
defecar, luego lavarse la boca y tomar una ducha en una sola regadera
localizada en un patio pequeñísimo. Y claro, si te demorabas un poco el diligente policía te hacía apurar a golpe de palo.
Sí,
Señor, Tú conoces porque estuviste a mi lado durante esos 15 días en la
PJ en medio de delincuentes de toda condición e infractores, pero así
mismo de muchos inocentes que al igual que yo fueron víctimas de
insondables odios y venganzas, que para mí fueron un infierno, y luego
durante los tres meses más que estuve en el Centro de Detención
provisional de Quito, talvez en condiciones un poquito mejores, pero en
una cárcel, al fin.
La historia es larga, mi Señor, y Tú la conoces, quizá algún día pueda escribirla. Por
ahora solo quiero decirte que he vivido la Navidad porque he sentido tu
presencia en mi vida, porque me has dado la gracia de tener una familia
que nunca me abandonó, porque mis amigos y colegas me ofrecieron su
solidaridad y ayuda sin condiciones, y sobre todo, mi Señor, porque Tú
me tomaste en tus brazos, me diste la fortaleza que necesité para no
hundirme en ese abismo que son las cárceles y me concediste la libertad. He
vivido la Navidad porque me diste amor, paz, justicia y solidaridad,
sentimientos que quiero compartirlos hoy con todos mis amigos y amigas
en esta Navidad. Señor Jesús, quiero darte las gracias porque he vivido la Navidad.
José Nelson Mármol
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