José Nelson Mármol
Ese inalcanzable
ideal de lograr algún día una sociedad justa y democrática, en la que los
más fundamentales derechos de hombres y mujeres dejen de ser solo letra y se
conviertan en una práctica cotidiana, sigue inquietando y movilizando a quienes
no renunciamos a esa utopía de luchar por una necesaria democratización
de la comunicación y de los medios.
Sobre el tema se ha reflexionado mucho y se lo seguirá
haciendo. En Bogotá, Colombia, donde se realizó el II Festival Internacional de
Radioapasionados y Televisionarios, del 6 al 11 de octubre pasado, se abogó
nuevamente por una democratización de la comunicación –al igual que ya se
lo hizo durante el Primer Festival, que se cumplió en Quito, en 1995-
y antes aún, en el Pacto de San José de Costa Rica, en los
Documentos de Medellín y Puebla, la Declaración de La Paz, y en tantos
otros documentos suscritos por comunicadores y obispos de América Latina.
Si la declaración del Primer Festival de Radioapasionados y
Televisionarios puso énfasis en la defensa del derecho a la libertad de
expresión, en este segundo encuentro de Bogotá se amplió el concepto para
englobar, o incluir la libre expresión, en el fundamental derecho a la
comunicación tan urgente en nuestra sociedad.
Aunque hasta hoy no se conoce la declaración final del II
Festival de Bogotá, en la plenaria de conclusión se planteó como un desafío y
un compromiso de los hombres y mujeres que trabajan en los medios y en otras
formas de “holimediaciones”, la recuperación de la palabra y la imagen
“respetando la diversidad de cultura, ideas, credos, edades, intereses,
etnias”.
A este propósito
de recuperar la palabra resulta oportuna la propuesta que hacía en el Festival
de Bogotá, Jesús Martín Barbero, en su brillante conferencia sobre “Las
mediaciones de los medios en la construcción de ciudadanía”, cuando
hablaba que nuestros medios, o quienes trabajamos en los medios o en las
mediaciones, no han (hemos) logrado estructurar un mensaje para llegar al gran
público o audiencias tal como lo van logrando personajes de la política identificados
con el denominado “populismo”, y que cada vez más están atrás de un micrófono o
aparecen en las pantallas de la TV. Hace falta, decía, no elaborar
discursos sobre…, sino meterse, “acercarse a la demanda de la gente y recoger
sus voces ambiguas, pero las suyas…”
Jesús Martín
también se refirió a la posibilidad de rescatar la “crisis de la representación
política y empezar a trabajar la del reconocimiento de las diversidades
político-culturales; asumir el desgaste de la representación para empezar a
trabajar en el reconocimiento”, y explicaba que “hoy día las minorías más
importantes -que por otro lado son mayoría como en el caso de las
mujeres- lo que buscan no es que alguien las represente” sino “ser
reconocidas como tal en la sociedades”, y así se refirió al caso de los
indígenas, los jóvenes, los homosexuales, entre otros. “Quieren ser reconocidos
como son, con todas sus contradicciones, con todas sus rabias, con toda
su desazón, con toda su confusión, y es muy difícil representar la rabia,
la desazón y la confusión, pero si pueden ser reconocidas la desazón, la
confusión y la rabia como factores claves para cambiar esta sociedad”,
argumentó.
Así también,
Rossana Reguillo, en su conferencia sobre Comunicación y Derechos Humanos,
destacó la urgencia de dotar de contenido, “substancializar los contenidos” que
se vehiculan por los medios. Según relievó, “…Muchos medios y muchas
leyes, no significan, necesariamente, mayor democracia, cuando tras estos
“indicadores” no se despliega un proyecto político y social.”
Y cuando se
refirió a la relación entre comunicación y Derechos Humanos, la expositora
puntualizó que se trata de una problemática que “rebasa la dimensión jurídica e
incluso a los propios medios de comunicación, que no son sino la expresión más
visible o un elemento más de una estructura de desigualdad que tiene que ver no
sólo con indicadores económicos (aunque ellos sean claves para entender de qué
estamos hablando), sino fundamentalmente con las maneras en qué los hombres y
las mujeres, los adultos y los jóvenes, los niños y los ancianos, se construyen
a sí mismos en su relación con los otros en condiciones de respeto mutuo y de
equidad.” El compromiso, por tanto, de recuperar la palabra y la imagen y
acercarnos a la demanda de la gente parece seguir siendo el desafió que nos
plantea la realidad presente.
Y, finalmente, no
obstante que, como se ha señalado, los medios se subordinan al mensaje, no se
puede dejar al margen la preocupación ante el afianzamiento de las estructuras
de poder en la era de la globalización económica y cultural, que se refleja también en la conformación de
grandes monopolios de multimedios, desde los cuales se controla la información
y se excluye la participación ciudadana orientada al fomento de procesos comunitarios
de desarrollo. Frente a esta realidad, los radioapasionados y
televisionarios reunidos en Bogotá insistieron en la urgencia de demandar de
los gobiernos legislaciones y reglamentaciones que faciliten el acceso a la
propiedad de frecuencias de radio y televisión comunitarias.
La utopía sigue latente y con ella seguiremos no tan solo
hasta nuestro próximo encuentro en el Tercer Festival del 2001, en Santa Cruz
de la Sierra, Bolivia, sino hasta cuando este sueño se convierta en realidad.
Artículo publicado en la Revista Comunicación y
solidaridad, de la Asociación de Comunicadores Cristianos del Ecuador, ACCE,
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