José Nelson Mármol
Hoy se cumplen 34 años del
asesinato de Monseñor Romero, por ser un pastor fiel a su compromiso con el
Evangelio de Jesús y por denunciar con valentía las injusticias cometidas por
el conflicto armado en El Salvador, que dejó 75.000 muertos, 8.000
desaparecidos y alrededor de 12.000 discapacitados.
Al recordar su martirio, es
necesario también recordar su testimonio de vida y el magisterio pastoral en la
defensa de los Derechos Humanos y la justicia, entre ellos el derecho a la
comunicación e información.
Su denuncia hecha a viva voz en su homilía del 2 de abril de 1978, sobre la situación de los medios de comunicación de su país, en los aciagos años de violencia y muerte que se vivieron, no puede ser más que indignante, por lo doloroso de ese momento de la historia salvadoreña:
“Es lástima, hermanos, que en estas cosas
tan graves de nuestro pueblo se quiera engañar al pueblo. Es lástima tener unos medios de comunicación
tan vendidos a las condiciones. Es lástima
no poder confiar en la noticia del periódico, de la televisión o de la radio
porque todo está comprado, está amañado y no se dice la verdad”. (Monseñor
Oscar Arnulfo Romero, 2 de abril de 1978)
Este pensamiento de Monseñor
Romero sobre los medios de comunicación de su época y la versión que ofrecían
sobre realidad de su país durante el conflicto armado denuncia no solo la falta
de ética en el ejercicio de la comunicación social y el periodismo, sino una
realidad que –acaso- ha caracterizado a un amplio sector de la prensa en
nuestros países: una prensa vendida a los intereses del poder político y
económico, que no garantiza estándares de credibilidad que la información
exige.
Esta denuncia hecha por nuestro
Profeta de América me permite empezar a desovillar las ideas en las que he
pensado para abordar el tema propuesto en esta conferencia de The Media
Project, sobre cómo escribir noticias religiosas y culturales en un Estado
laico, desde una mirada de la ética.
Un primer aspecto a considerar es
el relacionado a los principios básicos de quehacer periodístico y que tienen
que ver precisamente con el derecho a la información que es “inalienable” y que
debe ser ejercido por el periodista o comunicador con celo insobornable para
“satisfacer el anhelo comunitario de una información oportuna, veraz y
objetiva, ya para contribuir a la correcta interpretación y orientación de los
problemas en el complejo mundo en que vivimos, ya para ofrecer distracción
constructiva y útil; ya, en fin, para reforzar e impulsar los programas y
planes de desarrollo social y para luchar por la soberanía, independencia y
dignidad nacionales”, como recomienda el código de ética periodística en el
Ecuador.
Esta característica inherente al
ejercicio profesional del periodista no puede estar al margen de esa otra
función central de “ser leal y consecuente con los principios y las
aspiraciones de su pueblo, de su comunidad y de su familia” (Código de ética
periodística del Ecuador), lo que conduce a ese compromiso ineludible que
deberían observar los medios de comunicación de responder a los intereses de
nuestros pueblos, y no convertir la información en mercancía que se venda a los
intereses del poder político y económico, que es lo que en su momento denunció
Monseñor Romero.
Y es que, el trabajo periodístico
de un comunicador/a reportero/a que cubre temas de religión no puede realizarse
ignorando estas exigencias éticas. Más
aún, si el compromiso cristiano de un comunicador o periodista le exige ser “un
testigo, un profeta de la esperanza, que ama la vida y se convierte en el que
proclama la Buena Nueva” a su pueblo, a su comunidad, porque él también es
parte de esa comunidad y vive y siente lo que su comunidad vive y siente.
Tomo otra cita que resalta el
código de ética periodística de Ecuador para remarcar también este aspecto que
tiene que ver con la responsabilidad de
“ser ajeno al sensacionalismo irresponsable, a la mercantilización de la
noticia o cualquier tipo de manipuleo de la información o de la opinión que
falsee, tergiverse, niegue o limite la verdad”.
El periodista o reportero que
escribe noticias religiosas debe preocuparse incansablemente “por buscar la
verdad desde la fidelidad al Evangelio”, lo cual implica que debe empeñarse investigar
las causas de los acontecimientos y “no se deja llevar por la comodidad de
seguir las opiniones establecidas o comunes y corrientes” (Perfil del
comunicador cristiano, OCLACC 2007).
La cobertura de noticias de
índole religiosa o cultural no pueden desconocer estos principios básicos de
buscar la verdad, con la mayor objetividad posible, sabiendo que es imposible
lograr el 100% de la objetividad, por aquello de que cada persona, cada
profesional tiene sus creencias, su ideología y al dar una versión de un
determinado hecho no podrá hacerlo deslindándose totalmente de esas creencias.
El respeto a “los derechos de los
demás y la integridad moral de las personas, especialmente su vida privada y a
guardar una conducta ejemplar que avale precisamente su autoridad para
informar, orientar, denunciar o exigir a través de los medios de comunicación
social” es una obligación ineludible de un periodista, como insiste el código
de ética de Ecuador, y quizá la exigencia para un comunicador cristiano deba
ser mayor, porque ante todo el compromiso cristiano de promover y defender una
vida digna para todos y todas.
¿Parcialidad en el periodismo?
Cuando nos referimos a que la
tarea del periodista debe responder con lealtad y consecuencia “con los
principios y las aspiraciones de su pueblo, de su comunidad y de su familia”
nuestro código de ética periodística subraya que esa misión “No es ni puede ser
neutral, porque en la sociedad humana es imposible esa neutralidad, como no sea
para favorecer directa o indirectamente, intereses antipopulares”.
Estos principios básicos pueden
sintetizarse con la recomendación que hace el Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales en el documento “Ética en las Comunicaciones Sociales”
que subraya que “los medios de comunicación están llamados a servir a la
dignidad humana, ayudando a la gente a vivir bien y a actuar como personas en
comunidad” y es claro en reconocer la exigencia de los medios de comunicación y
de los comunicadores de ubicar su compromiso de lado de los más débiles y de
las víctimas de injusticias, cuando señala que “Frente a graves injusticias, no
basta que los comunicadores digan simplemente que su trabajo consiste en
referir las cosas tal como son. Eso es indudablemente su tarea. Pero algunos
casos de sufrimiento humano son en gran parte ignorados por los medios de
comunicación, mientras informan acerca de otros; y en la medida en que esto
refleja una decisión de los comunicadores, también refleja una selectividad
inadmisible”...
Por tanto, de este modo los
medios de comunicación a menudo contribuyen a las injusticias y desequilibrios
que causan el sufrimiento sobre el que informan: ‘Hay que romper las barreras y
los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y
asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que les
permitan participar en dicho desarrollo’ (Ética en las Comunicaciones Sociales,
Nº 14).
Así, es preciso no olvidar que la
comunicación a través de los medios de comunicación social no es aséptica de
intencionalidad, pero que la cuestión que debemos observar los periodistas a la
hora de escribir noticia sobre temas de religión o de cultura, como de
cualquier otro aspecto de la vida social, política, económica, tecnológica,
deportiva es tener claro la opción ética desde la que cumplimos nuestro
trabajo. O estamos junto atentos para
reflejar las realidades y aspiraciones de nuestro pueblos o adoptamos una
posición que refleje los intereses de los poderes político o económico. En la
Instrucción pastoral Aetatis Novae, sobre pastoral de la comunicación se
expresa con precisión que la comunicación que se promueva desde la Iglesia debe
“ponerse de parte de la justicia, en solidaridad con todos los creyentes, al
servicio de la comunión de los pueblos, las naciones y las culturas, frente a
los conflictos y las divisiones” (AN, 9).
Información religiosa o sobre religiones
No podemos desconocer que la
cobertura de información eclesial, religiosa o sobre alguna religión o
religiones exige también del periodista una determinada especialización, por
aquello de que en determinado momento deberá describir las características o
especificidades de algún rito, culto o celebración. Y lo peor que a veces suele ocurrir es que
algún periodista no está lo suficiente informado y comete errores en su
redacción.
Siempre recuerdo, a este
propósito, que en una crónica periodística de uno de los principales medios de
comunicación, sobre una importante celebración religiosa en El Vaticano, con
total desconocimiento de los ritos y los ornamentos usados por los ministros celebrantes
decía, por ejemplo el desfile de sacerdotes, al referirse a la procesión
presbiteral que antecede el inicio de una celebración litúrgica, y cuando se
refería a la estola que se colocan los sacerdotes sobre el cuello lo describía
como una bufanda, y así, por el estilo.
Entonces, para este tipo de
coberturas, el periodista debe investigar previamente la nomenclatura de
determinadas celebraciones o ritos religiosos, tanto como saber distinguir, por
ejemplo, un Pastor de alguna confesión cristiana no católica, de un sacerdote,
o un laico de un diácono, y así, pues ello hace parte de la responsabilidad que
el comunicador debe tener para ofrecer una información exacta, y sobre todo
respeto a los fieles y a las particularidades que cada culto o celebración
tienen.
Bien lo decía el papa Francisco,
en su primer encuentro con los periodistas que llegaron a Roma para cubrir el
cónclave en que se lo eligió como nuevo Pontífice: “que los eventos religiosos
no son más complicados de cubrir que los políticos, pero que tienen una
categoría diferente, "no solo la mundana" porque no tiene una
naturaleza política sino esencialmente espiritual, es "el pueblo de
Dios", por lo que, según ha explicado, no siempre es fácil comunicarlo a
un público amplio.
Es posible que algunos medios de
comunicación, particularmente los que pertenecen a alguna Iglesia, asignen a algún
periodista o reportero la cobertura específica de los temas eclesiales o
religiosos, sin embargo –siguiendo el espíritu de lo que expresaron los obispos
latinoamericanos en la V Conferencia en Aparecida, “El llamado a ser
discípulos-misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio,
coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino,
inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo
que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano” (Mensaje de la V Conferencia de Aparecida, Nº 2), los
comunicadores y los medios de comunicación eclesiales deberíamos privilegiar
registrar y comunicar las realidades de nuestros pueblos, sus esperanzas y
demandas; sus alegrías tanto como sus luchas por buscar una vida digna.
Lo cultural en el trabajo del comunicador cristiano
Al referirnos a cómo abordar los
contenidos culturales, lo primero en lo que se debe insistir es en la
rigurosidad y responsabilidad con que el periodista o reportero debe actuar,
sabiendo que ante todo el compromiso ético ineludible es el respeto a la vida y
la dignidad de la persona y de su comunidad, en su dimensión de lo social, lo
cultural y religioso.
El redactor de informaciones y
contenidos culturales deberá evitar “la superficialidad y el mal gusto” en que
caen muchos medios de comunicación, a pretexto de que “los medios de
comunicación se limitan a reflejar “las costumbres populares” de nuestros
pueblos y comunidades. No se puede
ignorar la gran influencia que ejercen los medios en las costumbres y de la
gente “y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas”,
recomienda el documento Ética en la Comunicación Social.
“El problema presenta diversos
aspectos. Uno de ellos se refiere a los temas complejos, cuando en vez de ser
presentados con esmero y veracidad, los noticiarios los evitan o los
simplifican excesivamente. Otro serían los programas de entretenimiento de tipo
corruptor y deshumanizante, que incluyen y explotan temas relacionados con la
sexualidad y la violencia. Es una grave irresponsabilidad ignorar o disimular
el hecho de que «la pornografía y la violencia sádica deprecian la sexualidad,
pervierten las relaciones humanas, explotan a los individuos —especialmente a
las mujeres y a los niños—, destruyen el matrimonio y la vida familiar,
inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad»
(Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, Pornografía y violencia
en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral, 10).
En el ámbito internacional, el
dominio cultural impuesto a través de los medios de comunicación social también
constituye un problema cada vez más serio. En algunos lugares las expresiones
de la cultura tradicional están virtualmente excluidas del acceso a los medios
populares de comunicación y corren el riesgo de desaparecer; mientras tanto,
los valores de las sociedades ricas y secularizadas suplantan cada vez más los
valores tradicionales de las sociedades menos ricas y poderosas. Teniendo esto
en cuenta, habría que prestar particular atención a los niños y jóvenes,
proporcionándoles programas que les permitan tener un contacto vivo con su
herencia cultural.
Es de desear que la comunicación
se haga según modelos culturales. Las sociedades pueden y deben aprender unas
de otras. Pero la comunicación transcultural no debería realizarse en
detrimento de las más débiles. Hoy «incluso las culturas menos extendidas no
están aisladas. Se benefician de intercambios cada vez mayores, y al mismo
tiempo sufren presiones ejercidas por una fuerte corriente uniformadora» (Para
una pastoral de la cultura, 33). El hecho de que un gran número de
informaciones fluya actualmente en una única dirección —desde las naciones
desarrolladas hacia las naciones en vías de desarrollo y pobres— plantea serias
cuestiones éticas. ¿Los ricos no tienen nada que aprender de los pobres? ¿Los
potentes son sordos a la voz de los débiles? (Ética en las Comunicaciones
Sociales, Nº 16)
Los riesgos del uso político de los medios
En el documento pontificio sobre
la ética en las comunicaciones se advierte también sobre varios peligros que
comporta el trabajo periodístico y de los medios de comunicación a los que un
comunicador cristiano debe estar siempre atento y es sobre el riesgo del uso y
abuso de los medios de comunicación que pueden hacer los políticos sin
escrúpulos “para la demagogia y el engaño, apoyando políticas injustas y
regímenes opresivos. Ridiculizan a sus adversarios y sistemáticamente
distorsionan y anulan la verdad por medio de la propaganda y de planteamientos
falsamente tranquilizadores. En este caso, más que unir a las personas, los
medios de comunicación sirven para separarlas, creando tensiones y sospechas
que constituyen gérmenes de nuevos conflictos.
Incluso en países con sistemas
democráticos, también es frecuente que los líderes políticos manipulen la
opinión pública a través de los medios de comunicación, en vez de promover una
participación informada en los procesos políticos. Se observan los
convencionalismos de la democracia, pero ciertas técnicas copiadas de la
publicidad y de las relaciones públicas se despliegan en nombre de políticas
que explotan a grupos particulares y violan los derechos fundamentales, incluso
el derecho a la vida (cf. Juan Pablo II, Evangelium vitae, 70)” (Ética en las
comunicaciones sociales Nº 15).
A propósito de la enorme
responsabilidad de los medios de comunicación y de las y los periodistas, resulta
oportuno retomar las advertencias que hizo el papa Francisco este sábado 22 de
marzo de 2014, al dirigirse a los miembros de la Asociación
"Corallo", una red de emisoras locales de inspiración católica
presente en todas las regiones italianas,
a quienes recordó que los medios de comunicación tienen virtudes, pero
también pecados. "Los más grandes -recalcó- son los que van por el camino
de la mentira y de la falsedad, y son tres: la desinformación, la calumnia y la
difamación. Estas dos últimas son graves, pero no tan peligrosas como la
primera… La calumnia es pecado mortal, pero se puede aclarar y llegar a conocer
que es una calumnia. La difamación es pecado mortal, pero se puede acabar
diciendo: "Es una injusticia porque esta persona hizo algo hace tiempo
pero después se arrepintió y cambió de vida". Pero la desinformación es
decir la mitad de las cosas, las que más me convienen y no decir la otra mitad.
Y de esa forma los que ven la televisión o escuchan la radio no pueden formarse
un juicio perfecto, porque les faltan los elementos y no se los dan. Por favor
huid de estos tres pecados", dijo el papa.
Y, claro, esta recomendación no aplica solo a las y los comunicadores
católicos o cristianos, sino a todos quienes abrazamos esta profesión que está
obligada moralmente a informar correctamente a la comunidad, evitando la
“deformación y tergiversación de las informaciones”.
Concluyo con otra cita de
Monseñor Romero: “Una Iglesia que no
provoca ninguna crisis, un evangelio que no molesta, una palabra de Dios que no
se mete en la piel de nadie, una palabra de Dios que no denuncia el verdadero
pecado de la sociedad en la que está siendo proclamado, ¿qué clase de evangelio
es? ” (Mons. Romero, 16 de abril, 1978)
De igual manera, al referirnos al
trabajo de las y los periodistas y medios de comunicación podríamos decir que nuestro
trabajo no puede ser ajeno a la realidad de nuestros pueblos; por el contrario, los comunicadores cristianos debemos ser generadores
de transformación de la realidad, porque “la Buena Noticia es transformadora de
la realidad”, o simplemente no somos periodistas y comunicadores.
“Para poder transformar la
realidad, debemos tener fuerzas potentes, y para tener fuerzas potentes creemos
que el elemento central es estar nosotros radicados en el hoy de la historia,
estar radicados en Jesús, estar radicados en la fuerza revolucionaria
evangélica. Si estamos en el Evangelio y si estamos en comunidades conformando
redes con los otros, y si esas redes están operando en la transformación de la
realidad, entonces la nuestra sería una Buena Noticia, eficaz, concreta,
constructora de un bien común. Nosotros, los comunicadores, podemos vivir por
el bien común o por un bien individual, o por el bien de algunos y no de todos”,
expresa la Dra. Susana Nuin, Secretaria Ejecutiva del Departamento de
Comunicación del CELAM en su mensaje a la Asamblea continental de Signis ALC,
agosto 2013, que se reunió en Quito. Y aquí me hago eco de su interrogante ¿”estamos
siendo edificadores, constructores, generadores del bien común, del bien de la
sociedad y de nuestros pueblos? O, en realidad, ¿estamos defendiendo nuestros
espacios, nuestros pequeños o grandes espacios, pero sectoriales de nuestros
intereses únicamente”?
*Exposición de José Mármol,
durante la Conferencia The Media Project que se realizó en Quito, Ecuador el 24
de marzo 2014
Documentos consultados
y citados:
Código de ética del Periodista Ecuatoriano (1980)
Perfil del comunicador cristiano (OCLACC 2007)
Instrucción Pastoral Aetatis Novae (1989)
Documento de Aparecida (2007)
Ética en la Comunicación Social (Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, 2000)
Mensaje de la Dra. Susana Nuin a la Asamblea de OCLACC-
Signis ALC, agosto 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario